¡ Adiós amigo !

El siguiente relato es real y acaeció en enero de 2011 en Jalisco. Nos es importante compartirlo, sobre todo con aquellos que se encuentran animales en muy mal estado y no saben qué opciones hay.

Hace unos días, una amiga mía me reportó que había entrado a su casa una perra pit bull que estaba sangrando de las tetas copiosamente , preguntándome que hacer, a lo que contesté que la llevara a dormir. Deje de escuchar su voz por un momento y me contestó muy triste: “¿De veras? ¿Me ayudarías? Yo no puedo…”. Mientras nos poníamos de acuerdo me dijo que ya había verificado bien y que no era hembra, que era macho y que tenía destrozado el pene.

La realidad es que no es poco frecuente que me encuentre casos así en la calle, perros famélicos, perros partidos por la mitad, gatos arrastrándose solo con las patas de adelante con gusanos en las de atrás. Por lo que con mucha tranquilidad le dije:  “Pues con mayor razón hay que eutanasiarlo, ese perro tiene un TVT”.

-¿Qué es eso?, me pregunto mi amiga.

– El TVT es un tumor venéreo trasmisible por contacto sexual y altamente contagioso, que en estadías avanzadas deforma la vulva de una hembra hasta que alcanza el tamaño de una toronja y revienta, y en el caso del macho deforma el pene hasta que la piel de alrededor se cae en pedazos y queda la carne viva- dije- , en ambos casos escurre sangre y pus . Cuando los animales están así de mal, no tienen cura,  cuando se detecta a tiempo se puede dar quimioterapia y algunos animales sobreviven. Así que este animal está condenado a morir, hay que ayudarlo , agregué.

Me traslade a casa de mi amiga (rescatista y casa puente), pero cuando llegué me di cuenta que no estaba preparada para lo que vería. El perro, un sharpei  genuino, de raza, de talla mediana, con  todas las tetas sangrantes, ellas tenían el tamaño de una cereza, cuando en los machos son prácticamente imperceptibles normalmente. Su pene no era más que una bola de carne sanguinolienta  colgando y extremadamente inflamada. Sus testículos estaban negros.  Su cara y sus patas estaban llenas de hongos, sus piernas estaban abotagadas (supuse que por la retención de líquidos)  y enrojecidas, tal vez por morderse para quitarse la comezón.

Su expresión era una expresión de dolor permanente. Así que pusimos manos a la obra pues cada minuto era una agonía para el animal. Pero, ¿Cómo mover un animal así de herido sin lastimarlo?

Yo no cuento con ningún medicamento para adormilarlo o anestesiarlo porque no soy veterinaria, eran las 2:15 de la tarde, por lo que la veterinaria cercana se encontraba cerrada. Entonces tratamos de subirlo a una camioneta pasándole una cuerda por el cuello y poniendo una tabla en forma de rampa para que pudiera subir sin cargarlo (podíamos lastimarlo mucho de donde lo tocáramos), lo jalamos suavemente, le ofrecimos comida y no pudimos. Él se negó a subir a la camioneta, tenía miedo.

Así que le dije a mi amiga que hablara al ANTIRRABICO. Palideció cuando se lo dije, así que le aclaré que no íbamos a dejarlo solo, lo íbamos a acompañar hasta el final para asegurarnos que todo estuviera bien, pero ellos tendrían las herramientas y el conocimiento para trasladar al animal con menos movimientos, tal vez habría algo de dolor, pero ya sería mínimo, por la velocidad de la técnica usada con la espantosa pérgola atrapa perros.

Tras ponernos un poco de trabas, logramos que nos hicieran el favor de pasar por el animal, al mencionarles que estaba agónico y que íbamos a pagar la eutanasia y la recolección en caso de que fuera necesario pero había que sacar de esa miseria al animal. 

Tardaron 15 minutos en llegar, cosa que agradezco infinitamente al director de Centro de Salud Animal de Guadalajara quien dio la orden de que se nos atendiera expeditamente.

Esos 15 minutos han sido los más angustiantes desde hace más de dos años. Le dimos de comer un buen bistec y no le ofrecimos agua, pues supusimos la agonía que sería orinar con lo mal que estaba de su aparato reproductor. Poco después el perro se empezó a quedar dormido parado y de repente se fue de boca contra la barda del lugar, despertándose con el golpe y quedándose de nuevo parado sin moverse. El esposo de mi amiga (también rescatista) me dijo: “No se puede acostar”. No lo podía creer, el perro no quería recostarse y yo pensé que tal vez le incomodaba, pero pronto sabría la respuesta correcta, pues al poco tiempo ya no resistió estar más parado y se sentó sobre su trasero emitiendo un largo, agudo y espantoso gemido de dolor.  Gimió mucho rato y nosotros gemíamos con él…

Finalmente llegó la camioneta y para sorpresa nuestra, el personal del CSAG, se portó maravillosamente, buscó la manera de moverlo sin lastimarlo y cuando no encontró otra opción, nos avisó que lo cargaría del cuello, pues era el lugar que menos le dolería. El perro ni siquiera se quejó, es más, yo creo que hasta descansó al no sentir nada tocándole. Se lo llevaron y nosotros fuimos atrás de él. Agradecimos el gesto de bondad al llegar con una pequeña propina para el chofer.

Ya dentro, nos pasaron inmediatamente a la plancha donde lo sedaron primero, para no lastimarlo al cargarlo y ponerlo sobre la mesa. Mientras se adormilaba, me agaché a la altura de su cara y le rogué perdón por todos aquellos ciegos que no lo vieron, por aquellos que durante meses, lo miraron padecer, quejarse, sangrar, deformarse pero no lo vieron. Por aquellos que creyeron que dejarlo en la calle era una mejor opción, “porque no somos nadie para tomar la vida de un animal”, por todos aquellos que fueron incapaces de afrontar sus miedos y tener un poco de caridad para un ser vivo.

Le pedí perdón por no haber llegado antes, con su “familia”, para pedirles que lo esterilizaran, que no lo dejaran vagar en las calles, que lo amaran.

Le pedí perdón por matarlo.

Pero le juré que iba a dormir, que se iba a recostar sin gemir por primera vez en tanto tiempo, que ya no iba a arder cuando orinara, que ya no iba a tener hambre, que se iría ese inmenso dolor. Le prometí que estaría con él hasta el final.

Y así lo hice. Me quede a verlo morir, acariciándolo y diciéndole que todo iba a estar bien. Tras un largo suspiro, dejó este mundo en compañía de tres perfectas extrañas que lloraban y lo acariciaban como si lo hubieran conocido de toda la vida. Tres mujeres que hicieron, lo que una familia responsable debería hacer hecho: estar con él hasta el final.

Ser de raza, ser macho, ser de casa y ser sumiso no fue suficiente para asegurarle la calidad de vida que todo animal merece.

Estoy tranquila, porque sé que yo no lo maté, LO MATO LA INDIFERENCIA.

PIENSA. AMA. ESTERILIZA.

Escrito por: Mariajosé Lozano
Foto: Octavio Olivares (C)