Perros callejeros

En América Latina el fenómeno de los perros callejeros representa un quebradero de cabeza para la población, alcaldes y gobiernos. Los cálculos más alarmantes son pavorosos: cerca de tres millones de canes flacos, sucios, con sarna y pulgas, escuidados, deambulan por las calles de México, San Salvador, Guatemala, Caracas, Bogotá, Río o Santiago de Chile, dejando tras de sí el rastro de la insalubridad, y en los peores casos, el virus de la rabia, además de un reguero de ataques a seres humanos.La falta de recursos económicos frena los intentos para controlar este problema adecuadamente y, en ocasiones, las campañas de caza y captura ocasionan más conflictos que soluciones: mensualmente, según las estadísticas disponibles, se arrojan 14.000 cuerpos de perros sacrificados a los basureros al aire libre.

Los activistas por los derechos de los animales aseguran que, a pesar de la convocatoria de reuniones por parte del Instituto de Servicios de Salud del Distrito Federal para recabar información y buscar soluciones, entre ellas la esterilización, las cosas no funcionan. Al menos, en lo que concierne a la persecución y caza de los animales. «En treinta años de esta práctica, ha quedado demostrado que no es el remedio», sostiene Cecilia Vega, vocal de una fundación que colabora con el sacrificio menos cruel de los perros. La prueba está en las calles.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Buena parte de los canes abandonados pertenecían a familias humildes, que optaron por abandonarlos ante la imposibilidad de alimentarlos. Las dificultades para su control y la cadena reproductiva se han encargado del resto. Las vías públicas menos vigiladas se han convertido en perreras al aire libre, lugares donde los animales rompen las bolsas de basura en busca de comida y desperdigan los residuos.

El descuido ha llegado incluso a los parques más céntricos, ya que pocos son los dueños que recogen en bolsas los excrementos de sus perros. «A mí, cuando los meto en una bolsa de plástico, me miran con extrañeza», comenta una española residente en el Distrito Federal. El artículo 4 del Código Delegacional atribuye al Departamento del Distrito Federa «la autorización y regulación de tenencia de animales domésticos y salvajes». La disposición, según las protestas de los vecinos, es papel mojado.

Los delegados más rigurosos realizan llamamientos a la responsabilidad, y en campañas erráticas advierten que todo aquel perro capturado a lazo permanecerá diez días en cuarentena hasta su definitivo sacrificio si no es reclamado. Años atrás, la práctica era expeditiva: chorizo con veneno destinado a liquidar el mayor número de canes. La última exterminación masiva data de 1992, año en que cayeron miles al ingerir carne emponzoñada. La muerte, acompañada de convulsiones y parálisis respiratoria, es terrible.

Entre los años 1980 y 1990, El Salvador era el país con mayor índice de casos de rabia canina e infecciones en seres humanos. Porque un problema añadido son los perros abandonados que amenazan a los transeúntes en cualquiera de las urbes latinoamericanas. En México se han registrado durante los últimos ocho años un total de 122.000 agresiones contra personas, en su mayoría, niños.

Los costos generados por los ataques absorben un porcentaje apreciable de los recursos dedicados a la red sanitaria. El Gobierno cifra en 8.000 pesos el gasto medio ocasionado por una mordedura, sólo en asistencia médica –luego están los efectos psicológicos, los días laborales perdidos…–. Y en zonas económicamente desfavorecidas, donde cada peseta es importante y donde, precisamente, también hay más canes, eso es grave. En la región chilena de Iquique, al norte de Chile, se invirtieron por ejemplo 19 millones de pesetas para atender a los 1.265 heridos registrados durante el año pasado. Y en el primer semestre del actual, el hospital regional ha tratado a otras 727 personas.

Solamente en la Ciudad de México y las poblaciones de su periferia, con un número de habitantes cercano a los treinta millones de personas, se pasean cerca de dos millones de perros. Los ejemplares indocumentados suman unos 200.000, pero, de acuerdo con la Federación Canófila Mexicana, no hay constancia fiable sobre los dueños de otros 1.200.000 animales.Es posible ver a mendigos que pululan por las esquinas acompañados por jaurías tan famélicas como ellos.

En conjunto, las heces caninas llegan a las 625 toneladas diarias. Y el rastro de esos excrementos se junta con otros contaminantes que hacen de la capital del país azteca una de las más polucionadas del mundo, en la que cada mes mueren unas 140 personas por afecciones vinculadas con la contaminación, según fuentes médicas.